
Si te tropiezas un trilobite, ya sabes que el estrato del que ha salido es Paleozoico, entre 542 y 299 millones de años. Los trilobites se extienden durante todo este periodo y, como su distribución geográfica fue muy amplia, han sido una herramienta muy útil para datar de forma relativa un estrato. Si, por el contrario, lo que te encuentras es un amonite, el nivel del que procede data de entre 459 y 65 millones de años.
Estos son dos ejemplos de lo que se llama fósil-guía, o fósil director (en inglés index fossil). Los trilobites, los ammonites o los graptolitos silúricos son de los más conocidos. Pero hay muchos.
¿Qué es lo que diferencia los fósiles-guía de los otros? En realidad, sólo es una cuestión de frecuencia y de mayor conocimiento. Los fósiles-guía más usados suelen tener una amplia distribución geográfica, los conocemos muy bien y tenemos su extensión cronológica bien delimitada. Cuanta más corta sea su existencia, más concreta será la fecha relativa que proporcionen. Pero cualquier fósil puede servirnos de fósil-guía en mayor o menor grado. De hecho, conforme vamos completando el mapa estratigráfico, se van añadiendo más fósiles de referencia. Por ejemplo, los roedores del Terciario y del Cuaternario, gracias a su rápida tasa de cambio y a su abundante presencia, se han convertido en excelentes marcadores cronológicos en las últimas décadas. Fue un roedor cuaternario, Mimomys savini, el que en su día dio la clave de la gran antigüedad del nivel TD6 de Atapuerca, situándolo por debajo de los 500.000 años, datación confirmada más tarde.
En el actual estado de conocimientos, tenemos un contexto estratigráfico mundial cada vez más comp
leto en el que ubicar cronológicamente cada hallazgo. Incluso los organismos que a veces pomposamente se han llamado "fósiles vivientes" por parte de algunos medios de comunicación (que no por la comunidad científica), como cocodrilos, celacantos y demás, que parecen resistirse a la extinción, tienen su fecha de aparición, lo que nos marca el límite inferior de su duración temporal.
Fósiles-guía culturales
¿Tienen los arqueólogos un instrumento metodológico similar al que emplean los paleontólogos? Pues sí. Los arqueólogos también tienen sus hallazgos de referencia, sus fósiles-guía culturales.
Si nos encontramos un fragmento de cerámica cardial, tendremos mucha probabilidad de que la pieza proceda de una fase muy concreta del Neolítico, en la que se puso de moda en el sur de Europa imprimir la cerámica con diseños de una determinada concha de un berberecho llamado Cardium, y no con otra. Si encontramos un bifaz, probablemente el contexto original de la pieza será paleolítico. Y si nos tropezamos con una lata de Coca-cola, podemos estar seguros de que procede de la época en que los Estados Unidos de América dominaban la Tierra. Y así sucesivamente.
En el Paleolítico son tan importantes los útiles directores, que ayudan a caracterizar cada cultura por su simple presencia. En la mayoría de ocasiones, los útiles directores son más de
finitorios que cualquier aproximación estadística en base a la frecuencia del tipo de útiles líticos. Son los homólogos de los holotipos con que se sirven los biólogos para definir las especies. Por ejemplo, un bifaz típico, o Modo II, podría servir como holotipo del achelense. Lo que ocurre que, en evolución cultural, la flexibilidad es mucho mayor y, por tanto, la clasificación más difusa.
Cuanto más elaborado es un artefacto, más definitorio es. Y, normalmente, más moderno. Por ejemplo, si encontramos un simple canto tallado, podría ser una pieza del paleolítico inferior, pero también podría ser una pieza mucho más moderna, pues las piedras han sido profusamente empleadas como útiles mucho después del paleolítico. Mientras que si lo que nos encontramos es un hacha pulimentada, la probabilidad de que sea neolítica (fue en el Neolítico cuando se impusieron estos instrumentos), y de que acertemos en nuestra predicción, es mucho mayor. Y si encontramos la lata de Coca-Cola, la precisión se dispara al alza.
Este mismo hecho también se da en paleontología. Si encontramos una bacteria fósil, seguramente no sería un buen marcador temporal. Pero si lo que encontramos es un sofisticado mamífero, la ubicación temporal es mucho más precisa. Estamos ante fenómenos similares. Creo que se puede enunciar una ley general que sería:
Dado que la evolución biológica y la cultural siguen un mismo proceso de aumento de complejidad, en general, cuanto mayor sea el grado de complejidad, tanto genética como cultural, tanto de un fósil como de un artefacto, más reciente será, y mayor probabilidad de acertar en su localización temporal.
No se trata de una ley lineal o universal, porque puede haber excepciones en el corto plazo. En la evolución de las especies, tras episodios de extinciones masivas, hay una reducción de la complejidad momentánea, que posteriormente se ve subsanada, al menos en la Tierra y hasta ahora, por una radiación que ocupa los nichos ecológicos vacíos. Y en evolución cultural, después de grandes desastres, también. Pero con el tiempo generalmente se recuperan y se superan los niveles iniciales.
En resumen, algunos de los principales métodos que empleamos para estudiar la evolución biológica también sirven para la cultural. Lo que delata que estamos ante un mismo fenómeno, aunque se manifiesta de forma diferente. En la evolución biológica es la información genética la que se combina, mientras que en la evolución cultural son las ideas. Hay diferencias, por supuesto, y eso es lo que iremos dilucidando. Pero hay que ser conscientes de las enormes similitudes, porque ambas evoluciones consisten, básicamente, en reproducción y selección de información.
Imagen 1: Trilobite Walliserops trifurcatus , del Devónico de Marruecos, entre 385 y 359 millones de años.
Imagen 2: Canto tallado del nivel TD6 de Gran Dolina (Atapuerca, España), datado en unos 780.000 años.
Imagen 3: Bifaz lanceolado del nivel TG10 de Galería (Atapuerca, España), datado en 350.000 años.